lunes, 5 de julio de 2010

Camila Reimers

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de “Cuentos de autoamor y de autopistas” en 2009 por La Estrella de San Pedro en Barcelona / Chakra Number Eight: Tales of Humour and Soul” en 2010 por Split Quotation/ La cita trunca.
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Cara y sello

La despertó el ruido. Susana miró el reloj, era la una de la mañana.
–Abre, puta de mierda –gritaba el hombre que pateaba y golpeaba la puerta con puños de hierro.
Susana se paralizó “cuan diferente sería” pensó ella “si mis hijos estuvieran en casa o por lo menos un marido que saliera a defenderme de este energúmeno amenazando con derribar mi piso”.
Con angustia tomó el teléfono sabiendo que debía hacer dos llamadas. La primera a la policía y la segunda al cuidador del edificio para que tomara acción de inmediato.
La policía llegó antes pues el cuidador como de costumbre estaba durmiendo y necesitó algún tiempo para reaccionar. No era la primera vez que Susana tenía que despertarlo para una emergencia y ella ya conocía su incompetencia.
Se llevaron al hombre que resultó ser un borracho perdido, después que ella le dio toda la información requerida a la policía y amenazó al cuidador con perder su trabajo por no llegar a tiempo.
¿En quién podían confiar los ancianos y las mujeres solas del edificio de departamentos, si ni siquiera el guardia respondía con sus deberes?
A Susana se la había pasado el sueño. Ella tenía problemas para dormir y si algo o alguien la despertaba, no podía volver a la cama.
Se sentó frente al computador y empezó a escribir esta historia:
La despertó el ruido. Susana miró el reloj, era la una de la mañana y pensó en la ironía que justo el único día que había decidido acostarse temprano, un loco se empeñaba en patear su puerta.
Al terminar de despertarse se dio cuenta que la voz era la de un tipo totalmente borracho y en vez de enojarse sintió algo de compasión por el ridículo que ese hombre estaba haciendo porque era evidente que se había confundido de puerta.
Sin saber por qué Susana empezó a reírse, no con la risita nerviosa de la ocasión, pero con una risa de verdad que le salía a gorgoritos mientras pensaba como gozarían sus hijos cuando ella les contara por e-mail, la estupidez de la situación que estaba viviendo.
Se acercó a la puerta para asegurarse que tenía los dos pestillos pasados y luego, en una voz lo suficientemente alta, para despejar las dudas de cualquier vecino que podía estar escuchando, dijo:
–Perdone, pero creo que se ha equivocado.
–¿Está segura? –respondió el hombre asombrado.
–Por supuesto –dijo Susana, empezando a perder la paciencia.
–¿No es éste el departamento 305? –preguntó el hombre
–No –respondió Susana– es el 304.
Después de una larga pausa, el borracho se excusó repitiendo: –Lo siento señora, pero parece que me equivoqué de puerta.
–La una de la mañana no es hora para equivocarse– respondió
Susana enojada.
No hubo respuesta, sólo el ruido de pasos trastabillando por el pasillo.
A Susana se le había pasado el sueño. Ella no tenía problemas para dormir y siempre lo hacía como roca, pero era noctámbula por naturaleza y estaba acostumbrada a escribir hasta altas horas de la madrugada.
Se sentó frente al computador y empezó a escribir esta historia:
La despertó el ruido. Susana miró el reloj, era la una de la mañana...
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