miércoles, 24 de octubre de 2012

Eduardo Embry. Poeta: Desde Inglaterra

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Eduardo Embry
en el primer homenaje a Pablo Neruda en la calle de Londres
que lleva su nombre, organizado por la Casa Chilena


 
 
La denominación de Chile
 
La denominación de Chile
americano, antártico y oceánico,
viene del sonido de un pájaro
y el territorio donde se halla
corresponde
a los tres continentes:
América, Oceanía y Antártica.
Saltando montes, valles y precipicios
los voy definiendo, poco a poco,
hasta llegar a la costa;
toda la población del país
se asoma a los abismos,
cae al mar y del mar asciende
hasta las más altas montañas
donde se halla de verdad
todo su territorio americano,
siendo su punto extremo
a unos 10 km de Visviri;
y su punto meridional,
las islas de Diego Ramírez;
el territorio antártico de Chile
es el más extenso, pero está casi despoblado,
sólo allí se hallan los guardianes
territoriales: soldados y marineros,
lo demás son pingüinos y ballenas
blancas, azules y grises;
su territorio oceánico
son las islas de Pascua, y Sala y Gómez,
             - Motu Motiro Hiva – que en rapanui significa
«islote del ave en camino a Hiva»
todo aquí es pequeño, más pequeño
que la cabeza negra de un alfiler,
pero el Océano Pacífico
es inmenso como la luna y el sol,
donde viven jefes
y terribles dioses,
lejos de aquel cosmos donde casi
nadie respira,
lejos de la bóveda azul,
en una piedra iluminada
vive toda mi familia,
padre y madre,
mis tres hermanas y mi hermano Enrique,
abajo, muy abajo, escondidos,
para que nadie nos vea,
para que los muchachos ignoren
los pasteles y los helados,
para que nadie pida nada.
 
 
Por cambiar un bombillo quemado
Para JO
 
Por cambiar un bombillo
que se había quemado en la cocina,
la mujer que yo tenía
desapareció;
visité muchos lugares
preguntando: “¿han visto ustedes a mi mujer?”
“No la hemos visto” – y así, mil, veces más,
nadie la había visto, pero yo
la veía en todas partes;
no hacía más que extender la mano
con la intención de tocarla,
pero de inmediato desaparecía;
recorrí ciudades, países,
atravesé ríos y montañas,
ya visitaba cuarteles
donde llega la gente que mueren en la calle,
hospicios, iglesias, cementerios,
recorrí todo el litoral revisado,
puerto por puerto, en los precipicios;
cerca del mar, me senté en una piedra,
puse los codos sobre mis rodillas
y me puse a pensar:
¿cómo es posible que desparezca
una mujer que se sube a una silla
para cambiar el bombillo
que se había quemado?
en eso estaba
cuando se acercó a mí
un mosco de cabeza azul,
vino para consolarme, “no te aflijas, hombre,
con la tierra blanda
que hay en este lugar
puedes hacer otra mujer”;
eso mismo pensaba yo; cogí
un poco de tierra blanca y rubia
y comencé a darle y darle
la forma de una mujer
sana y bella como era
la mujer que había perdido
y volví a cantar, volví a fumar
y otra vez soplé el tabaco
y soñé y soñé con un país
sin muertos ni desaparecidos;
pero aquella mujer
hecha de tierra blanca y rubia,
en cuanto tocó el agua
para lavar los platos
se deshizo; entonces grité
para el mosco de cabeza azul
me escuchara de una vez:
“esta mujer no sirve”
Y otra vez el mosquito comenzó
a zumbar en el oído,
“ esta la tierra blanca y rubia
no es apta para hacer mujeres buenas,
mejor es la resina que hay en los árboles,
no se derrite fácilmente con el agua” ;
así, pues, manos a la obra,
y otra vez me puse a cantar,
a soplar tabaco, a soñar y a soñar
que tenía otra mujer, resistente
al calor y al agua;
al amanecer salió en busca
de leña para hacer fuego,
y como no volvía, salí a buscarla,
lo mismo que antes:
“¿han visto ustedes a mi mujer?”
“No, no la hemos visto” –
Nadie sabía dónde se hallaba; pero yo
la veía en todas partes;
desesperado visité los cuarteles,
los hospitales, los lugares
donde llegan los que mueren en la calle,
hospicios, iglesias; pero nada;
esa mujer que había sido hecha de resina
sólo dejó una mancha negra en el suelo,
con el intenso sol del verano
se derritió;
fumando y fumando tabaco
pensaba y pensaba
“no ha habido en este mundo
otra mujer más bella”-
entonces, salí a la calle,
a plena luz del sol
la buscaba con una vela encendida,
“ahí está”, decía la gente;
en cuanto la veía
se transformaba en una rana,
y vino otra vez el mosco de cabeza azul,
y otra y otra vez le rogaba:
Mosquito de cabeza azul,
tú que revoloteas por todas parte,
que lo ves,
que lo estás viendo y lo sabes todo, dime:
¿dónde está la mujer que yo más quería?”
.
.
Edicto del Rey Canuto
Cuando llegué a esta ciudad
traía unas ínfulas tremendas
de llegar a ser un poeta famoso;

como preparación para esta
empresa gigante,
no anduve con chiquitas,
de un edificio
a otro edificio, hice saber
a todo el mundo mi gran aventura;

leía casi todas
las instrucciones
que habían dejado los más ilustres hombres
de letras universales;

desde los más soñadores y locos
hasta los más prácticos y matemáticos
que hacían experimentos
al estilo de Paracelso
que durante la Edad Media
se rascaba la cabeza para convertir plomo
en barras de oro;
el manejo de dichos y refranes,
y sobre todo, de cómo armar y desarmar un poema
fueron mis lecturas favoritas;

con Dante y Beatriz aprendí a perderme
en los bosques;
navegando y navegando con Neruda
supe cómo utilizar bien los gerundios;
con todo aquel poder que me daba
la épica de mis grandes ínfulas
trasladé entonces mi corte real
a la orilla de la playa;
sentado en mi trono
comencé a dar órdenes al mar,
“detén tus aguas maldito”,
fue el primer verso, el más célebre,
el más glorioso
mis verso dirigidos al mar;
“detente” la forma verbal perfecta
para convertir las olas en cenizas;
pero las aguas pasaron con ímpetu
por debajo de mi silla,
de tanto tumbos que me daban
se me cayó la corona al agua,
mi cabeza se fue contra las rocas,
perdí mis dientes,
me quebré una pierna, me rompí la nariz;
demasiado tarde me vine a dar cuenta
que mis versos
no eran tan poderosos como yo pensaba


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