jueves, 24 de octubre de 2013

La mujer que silbaba y otros poemas. Oliver Welden

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Editado por Eduardo Embry, desde Inglaterra


Quisiera

presentar
en esta ocasión a
Oliver_Welden, Santiago, 1946.

 

Poeta chileno afincado en España; desde mediados de la década del sesenta comenzó a destacar en el ámbito nacional con una poesía densa, atemperada, con humor a flor de piel, características que dejan su marca a partir de su primera colección, Anhista (Prólogo de Roberto Meza Fuentes, Santiago: Arancibia, 1965); hasta su poemario Perro del amor (Premio Nacional de Poesía “Luis Tello”, 1968, de la Sociedad de Escritores de Chile, que fuera publicado en la mítica imprenta artesanal de Ediciones Mimbre, 1970, del editor Guillermo Deisler).

Hoy en día, Oliver Welden, se ha constituido como una de las voces indispensables de la generación de poetas chilenos del sesenta, con sus dos último poemarios, Fábulas ocultas (Concepción: Ediciones LAR, 2006; 2a ed. 2013; Omar Lara, editor) y Oscura palabra(Santiago: LOM  Ediciones, 2010: Prólogo de Renard Betancourt; Presentación de Vrginia Vidal; Epílogo de Carlos Amador Marchant).  
 

CREDENCIALES
 
Fulano de Tal, de infeliz memoria, acogido al desencanto
y criado en la impostura revela aquí su amargura y expone
paso a paso su conducta perentoria mientras se sube
a la silla y al cuello se ajusta la soga.
En el piso señor juez la carta justificante otra a su esposa
otra a su madre y en alguna parte de la casa
el teléfono que llama brevemente demasiado tarde.
 
 
ADVERTENCIA
 
Erase un hombre solo, demasiado solo.
Cuando sentado en el cuarto de baño
dejaba correr el agua para escuchar su sonido.
En su oficina de correos dialogaba con las cartas
y en sueños visitaba  a los destinatarios.
Falleció la primavera recién pasada. Al cajón
le ajustaron las manillas por dentro
para que esa mañana se condujera solo al cementerio.
 
 
AQUELARRE
 
Asaz poderoso el nervio formidable de tu ojo
escudriña el flanco desnudo de mi cuerpo que ostenta
el músculo sexual enrollado cual cinturón.
Tu mano se extiende y agarra la fruta de mi ingle
que exangüe pende en un exceso de desnudez.
Atribuyo tu gesto al amor desatado, al deseo que invade
esta hora de calma, provista ella toda
de las necesarias modulaciones provenientes del silencio.
Tu llamamiento es lupino: acudo a la carnada
tendida de tus senos y arrojo mi hocico
como gubia dislocada en tu blandura feroz.                                           

   
ME HUBIERA GUSTADO QUEDARME AQUÍ
 
Una canción de boda compuesta de aire inmóvil,
de tierra seca, para darte una nueva dimensión
de amor, deposito en un embudo de papel
por la cerradura de la puerta de tu casa, mientras
me vuelvo viejo regresando a mi polvo y a mi noche.
 
 
SACRIFICIO
Traeré el vino para humedecer esta fiesta de tu boca
con mi boca en tu ombligo y tu vientre. Nada
ha de permanecer no humedecido ahora que los dioses
han desechado la sangre mía por la leche de tus senos.
 
 
LA FIESTA
 
Oigo morir. Se desmorona mi gesto. Voy envejeciendo
durante la noche con una mano en la boca. Mi vómito
se arrastra remando cama abajo. Estoy desnudo esperando.
Oigo morir. La habitación clavada en el silencio parpadea.
Me escondo. Pero qué mal te escondes, hijo de puta.
  
 
BITÁCORA
 
Amo la coronta de la manzana comida por ti,
dejada en el cenicero, entre mis colillas,
con sus pepas y tallo olvidados, como para que yo
simplemente los mire y recuerde que donde ahora estás
no es lejos, pero que nunca conoceré el camino.
 
 
LA MUJER QUE SILBABA
 
Justina jugó con una paloma de papel la noche de la despedida
y bebió el último vaso de vino como si bebiera de la copa de la vida.  
-Justina, sílbame cuando te vayas alejando por el camino
        esa melodía inconclusa que aprendiste en el ocio de tus tardes,
        soberana soledad de tus tardes cuando te transformabas
        en una jirafa de Dalí ardiendo o en una reina lasciva.
Los huesos de aceituna se secaron lentos en el cenicero
y sobre la mesa las migas de pan se endurecieron:
perfecta naturaleza muerta indiferente a la resaca del tiempo.
-Justina, yo voy a envejecer abrazado a tu cintura,
         escuchando tu canción cantada al revés
         como cuando se mira la lluvia desde el otro lado.
Eran los años en que no se desea olvidar nada,
la sabiduría del porqué y del cómo
y del vino palpitante sólo las más simples palabras.
-Justina, debemos dedicarnos a lo que es esencial
          como buscar un océano sin horizonte
          o un árbol que se despoja de sus sonidos:
          una verdad serena que no necesita de la voz.
Fue la peregrina que emprendió un viaje inmenso
-cada vez más lejos a distancias muy luz-
hacia siglos inexistentes y territorios de la imaginación. 
-Justina, sílbame cuando te vayas alejando por la vida
esa melodía inconclusa que una vez fue la felicidad.  
 

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1 comentario:

  1. Bien, Eduardo; Oliver Welden es uno de los grandes poetas chilenos en el extranjero.

    Carlos Amador Marchant

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